El cuerpo de la política

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Foto: Brocco Lee on flickr, CC Attribution-Share Alike 2.0 Generic

Hace diez años nos atravesaron algunas certezas: que hacer política no podía ser una cosa de cuatro: teníamos que conectar con otros muchos; que nos faltaban nombres con los que dar cuenta de nuestra propia experiencia: quisimos dibujar cartografías que resituasen lo que nos pasaba (nuestras vidas, la precariedad, la privatización del mundo, la movilidad); que la política no podía ser una cuestión de identidad: pasaba por elaborar situaciones compartidas junto a otros diferentes (preguntábamos: ¿Qué tiene que ver lo que nos ocurre aquí con lo que ocurre en otras partes del mundo? ¿Cuál es la relación entre los diferentes mundos que componen el mundo?); que aferrar la complejidad de los cambios globales abría la posibilidad de construir una respuesta y, sobre todo, nuevas preguntas: la investigación era en sí misma una forma de acción; que los cuerpos no podían quedarse al margen de la política: son campo de operaciones del poder y de múltiples batallas, los feminismos y los postcolonialismos eran nuestros aliados.

Habíamos salido de las okupas para construir centros sociales abiertos y heterogéneos, pero no rompimos realmente con la identidad y con el guetto. Comenzamos a comprendernos en el interior de procesos a escala planetaria y el movimiento global abrió un nuevo sentido del destino impuesto por el neoliberalismo, desplazando momentáneamente el miedo y la catástrofe. Y a la vuelta a casa quisimos seguir poniendo nombre a las miserias de la vida cotidiana y romper con el aislamiento y el silencio. Pensamos la precariedad como una condición existencial, y la pensamos no sólo en su forma negativa, también en su potencia y positividad. Salimos de los centros sociales y nos lanzamos al espacio- tiempo abierto de la ciudad.

Por un lado, pensamos que dar nombre a las cosas permitiría una transformación inmediata de las mismas; por otro, pensamos que si llenábamos la precariedad de potencia, alegría y deseo, conectaríamos desde un nuevo lado con la experiencia cotidiana de la gente. Ninguna de las dos cosas ocurrió. Nos topamos con la proliferación de relatos infinitos, la dispersión y la dificultad para delimitar un territorio: la experiencia se hacía inabarcable y no se traducía ni en derechos ni en nuevos lugares. Pero además, nuestra idea “positiva” de la precariedad no conectaba con el malestar social.  Paradójicamente, idealizamos a los otros.

Nos volcamos en alianzas concretas y desplazamos por el camino el partir de sí. De algún modo la alternativa a la política clásica, a las ideologías, a las fórmulas hechas pasaba más por los otros que por nosotras: no supimos articular con éxito el partir de sí y el encuentro con otros, ahondando en la brecha entre la vida y la política, entre la experiencia, el cuerpo y la idea. De un lado, lo propio, de otro, lo que se hace con (y para) los otros, lo político de verdad. Sin embargo, al separar la vida de la política, la política se vuelve, material y afectivamente, insostenible. Y un encuentro sin cuerpos es una idea abstracta, no real.

Hace diez años pensábamos en la potencia del deseo de la subjetividad móvil y cambiante que nos constituye. Hoy pensamos que esa potencia se construía en un plano por encima de la vida, de la nuestra y de la de los otros. Por eso, la inquietud que nos atraviesa hoy es bien distinta: ¿Cómo mantenernos atentas frente a los empeños de transcendencia de la política para que ésta no se vuelva insostenible? ¿Qué hay de la vida – la real, la que permite conectarnos con otros en condiciones de igualdad, ni desde la superioridad moral ni desde el abandono de uno mismo- en lo político que hacemos? ¿Cómo seguir encontrándonos, trazando problemas comunes? Y, sobre todo, ¿tiene sentido hoy una política que no piense sobre estas cuestiones?

El grupo Precarias a la Deriva se formó en Madrid en el 2002. Desde 2005 ha estado mutando en dirección a la construcción de un laboratorio de trabajadoras llamado Agencia de Asuntos Precarios Todas a Cien, que funciona a partir del espacio publico de mujeres La Eskalera Karakola.

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